AUTOR: VIRGILIO LÓPEZ AZUÁN
MARZO 2014
Allá van nuestros icebergs a chocar con los Titanic,
como siempre.
Témpanos fríos de acero en la memoria,
que nos cortan y nos lloran,
que se elevan como dioses rebeldes,
de océanos y titanes, de la arrogancia imberbe.
Y nos reunimos en castillos de hielo
donde duermen las noches en casas serenas´
los violines que duermen gritos de naufragios
mientras la orquesta sigue tocando
i
Allá van los Titanic a chocar con nuestros icebergs
como si fuéramos los huérfanos perdidos
en océanos de carne y hueso, como siempre.
Nos marchamos a toda voz,
nadando gélidos de todo, apartados de todos.
Pasamos las manos sobre las escamas
de seres plateados como inocentes criaturas
que tocan puertas, peces de madera,
moluscos de madera, avenidas de fuego
entre el mar y el frío.
Y la vida se hace piedra vegetal
que respira por las branquias del llanto
mientras la orquesta sigue tocando
ii
Para qué adivinar la tristeza chapoteada en la imagen,
en el costado izquierdo de las sombras,
como si las sombras existieran.
Cada vez chocamos nuestros Titanic
con esos icebergs, en el cielo como en la tierra,
en la prédica invertebrada de las velas
mientras la orquesta sigue tocando
iii
Andan los Titanic como hormigas en el cerebro,
como plumas desprendidas del pájaro eterno,
del mundo sin puertas que en la aguas aletea.
Andan los Titanic con sus icebergs
en la popa rondando la tierra con trajes de copas.
Y aquellas lámparas colgadas en los ventrículos,
en todas las cavidades, como luces del origen,
dulcemente originadas, amargamente lagrimales.
Mientras la orquesta sigue tocando
iv
Tememos los Titanic en la manos
y los icebergs en los pies,
la mañana prometida en la otra flor,
en las dagas del frío.
Tenemos los mares en los ojos,
terremotos de estómagos al partir la noche,
quietud de cama en los rastros del vendaval.
Tenemos del dolor para partirnos en dos
para quebrarnos, mitad aire, mitad agua
mitad hielo, mitad fuego, mitad cielo
como mitosis de la soledad.
Tenemos los Titanic en las rodillas cuando quiebran
los iceberg y los fuegos en la cadera
Tenemos la rabia de los dioses
y la quietud de los desiertos
la ola prometida que no retorna
la vocación de un mañana en todos los huesos.
Mientras la orquesta sigue tocando.
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